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lunes, 22 de febrero de 2010

Ma. TULIA CHAVARRO DE BETANCOURT. Nota biográfica.


“Tocada suavemente por las musas -17 de febrero de 1919, 1 de mayo de 1985- y habiéndose bañado en las castálidas fuentes, hizo de de la enseñanza su magisterio y de la crianza de sus hijos su magisterio más íntimo y cálido. Su vena versificadora, ya chispeante y festiva, ya didáctica y amena, otras veces amatoria, la dejaba caer sutilmente en el marco hogareño, sin presunción de poeta, encontrando pretexto de las situaciones familiares más grotescas para versificar de chunga y con regocijo, levantando más de una vez alguna ampolla en la tribu, o dedicando su inspiración a menesteres más elevados y de mayor formalidad. Así mismo, como música, convirtió su casa en un taller de música en el que se fraguaban las canciones que componía, las que se depositaban en el coro familiar o en solos que luego amenizaban la navidad en casa o en la radio -¡la entrañable navidad de entonces!- y en eventos religiosos o sociales. Algunos de sus laureles, creemos, merecen la permanencia y trascendencia por su calidad y utilidad didáctica y por su depurada inspiración poética.”
Estas líneas se escribieron como apertura para una pequeña publicación, que consigne su poesía didáctica y algunas de sus músicas más afines a la enseñanza. El proyecto se titula Numen Didáctico. Enseñando Con Poesía.
Luego de terminar sus estudios en la Escuela Normal de Gigante fue enviada a Timaná a cumplir la exigencia del año rural; allá conoció a Leonidas Betancourt Perdomo con quien casó en la idílica capilla de Tobo; en esa atmosfera perfumada por las aguerridas leyendas que cimentaron la nacionalidad, Leonidas y Tulia comenzaron la dura brega por la vida, con una felicidad jalonada por fecunda descendencia que no daba cuartel en los afanes de cada día. En total fueron once.
Por razones particulares su actividad en el Magisterio la llevó a Rivera, Aipe, Palermo y finalmente establecida en Neiva fue durante muchos años Directora o seccional de la escuela de Calixto Leiva.
Su devoción magisterial es la cendra en la que María Tulia va dejando caer sus lauros, según las necesidades didácticas, sin ella apenas proponérselo; así van naciendo El descubrimiento de América, Veinte de Julio y La Fundación de Neiva, poemas didácticos hechos en su afán por perfeccionar el aprendizaje escolar. Por supuesto la música es factor esencial en la clase de María Tulia; ya fuese cantando, acompañándose con el tiple o la bandola sus alumnos recibían el hermoso regalo de la música, del canto que suaviza y afina el temperamento, rocío que riega esta tierra abonada con el poder de la espiritualidad que emana del cantar y de las imágenes bellas. ¡Cuánta falta hace esto, hoy más que nunca, en la educación colombiana!
Ponemos punto final a estas líneas con su soneto La Luna, compuesto en 1969 con motivo de la llegada del Apolo 11 al satélite:








La Luna
Soneto

Me imaginaban diosa de exótica belleza
Irradiando fulgores de luces y de albor;
Poetas se inspiraron cantando a mi grandeza
Y bajo mis destellos hubo cuitas de amor.

De besos y caricias fui eterna confidente
Y escuché serenatas de amante trovador;
Y sentí la tristeza cuando en noche inclemente
Presencié negra escena de crimen y de horror.

Pero una noche aciaga hombres me conquistaron
Y necios no escucharon el grito lastimero
Que de dolor lancé cuando me profanaron;

Y yo, la luna intacta, soberbia y majestuosa
Soporté los ¡eureka! de la tierra gozosa
Mientras allá, en la noche, lloraban los luceros.


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